Para vivir a veces,
es necesario siempre desprenderse de las órbitas de un sol amortecido,
de las pelambres negras de aquel perro al refrotarse en la moqueta,
de alguna taza mía en que sorbía el té. De mucha cena austera,
del pitido en los pulmones por exceso de tabaco,
del sudoroso hedor de gentes en el metro,
de la ternura extraña que nos dimos y no dimos,
y del cansancio vasto de querernos
sin habernos amado
ningún día.
…Los soles son finitos…
(SONETO)
Cargando un sol senil en mis espaldas,
Paso de mula y peso de Occidente,
Me anegué de tu espejo en hemorragias
Y estanqué su amargura entre mis dientes…
¿Quién me abre en canal con mis deseos
— Repetidos dislates insistentes —
Y, en el nunca al que horadan los destiempos,
Con mis córneas delira verte siempre…?
¿Qué esternón se esparcía a cataratas
Que tragué en las cloacas del silencio,
Como soga inculcada en mi garganta…?
Como Antártidas nómadas, las nubes…
Que, en la orquídea aleatoria de tus sueños,
Tu mañana ordeñaron en mis ubres…